OPINIÓN

UN PECECILLO.

Sucedió una mañana, mientras caminábamos por la orilla Del Mar, durante unas vacaciones.

Soy fanática de este tipo de caminatas, y mi esposo me acompaña de buen grado.
Es una costumbre que adquirí años atrás, y cada vez que tengo la posibilidad de hacerlo, me doy ese gusto.

En fin, usualmente vamos mirando la arena que vamos a pisar, para cuidar los pies descalzos de alguna piedra picuda, un filo de concha rota, un erizo…

Aquella vez, lo que encontré fue un pececillo plateado, agitando sus aletas, ya casi sin aliento.

¡Era tan pequeño! Apenas del largo de mi dedo índice. Una hermosa moneda de plata viviente, a pocos pasos de su hogar y su fuente de vida.

Agonizando bajo el Sol matutino, sin poder hacer nada más que agitarse desesperadamente. Cada vez más débil…

Sin pensarlo mucho, lo tomé entre mis dedos. Se agitó, seguramente sin saber si su situación era aún peor que antes.

Me adentré en el agua, y lo solté. Desapareció rápidamente, feliz con toda seguridad, por esta segunda oportunidad de vida.

¡Sentí muchas cosas Bellas! Por un instante, jugué a ser un ángel. Tuve la oportunidad de devolverle la vida a un pequeño ser. Y esa criatura seguramente no entendió como ni por qué, pero continuó con su vida.

¿Cuantas veces, cada uno de nosotros, en momentos cruciales, hemos sido salvados sin saberlo?

Y seguimos tan campantes, sintiendo que fue la “suerte” serendipia, o cualquier otro nombre que le pongamos a ese milagro.

No importa como lo llames, o a quien le adjudiques lo bueno que te sucede o el privilegio de estar aquí un día más.

Cree lo que tú quieras.

Ponle el nombre que desees.

Pero agradece siempre, la nueva oportunidad.

Porque cuando eres agradecido, sigues atrayendo a tu vida, lo que es bueno para ti.

Con amor y agradecimiento,

Marissa Llergo.

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