OPINIÓN

CUENTO #4 UN CLAVO NO SACA OTRO CLAVO.

Quién iba a decir, que para nosotros, que llevamos una vida tranquila y libre de contratiempos, de repente las cosas nos iban a cambiar tanto…

Primero, las medidas de emergencia sanitaria: #quedateencasa, o donde vivimos, #stayhome.

Los supermercados comenzaron disciplinadamente, a no permitir más de quince consumidores dentro del establecimiento, para lograr distanciamiento físico.

Los cajeros desinfectan el transportador para cada cliente, y se encentran aislados por una cortina plástica, guantes, tapabocas.

No nos permiten llevar más de una pieza de cada artículo, para evitar la escasez de los mismos.

Con todas estas complicaciones, lo que menos deseábamos era tener personas externas dentro de la casa.

Y ¡Zas! Llega el viento, y se nos vuela el techo…

Mi esposo, que se dedica a reparaciones y construcción, tiene buena idea de cómo arreglarlo, pero no podía hacerlo solo. E hubiera tomado demasiado tiempo, y las lluvias están aquí.

De hecho, así fue como nos dimos cuenta del problema, pues en medio de un aguacero, el agua comenzó a gotear en varias habitaciones.

Así que, con mucha suerte, consiguió dos personas dispuestas a ayudarle en el trabajo de restauración.

Estoy poco habituada a tener gente en mi casa. Y como mi trabajo es mayormente en línea, mi ropa de casa es cómoda, aunque siempre ando bien arreglada, peinada, inclusive maquillada. Lo hago por mí y también para mi esposo. Pero, mis zapatos son cómodos y suaves.

Obviamente, cuando salgo a hablar con clientes o a cumplir alguna diligencia fuera, me pongo zapatos más coquetos, de calle.

No estoy acostumbrada a tomar precauciones. Fue mi esposo quien me recordó que no debía acercarme a los trabajadores, sin mascarilla.

Yo estaba ahí, muy amable, ofreciéndoles agua y algún tentempié. Pero distraídamente, desacostumbrada, me acerqué a ellos sin protección. Mi esposo me detuvo a tiempo, recordándome las precauciones necesarias.

En fin, después de ese incidente, tomé más cuidado.

Pero de todas maneras, sucedió algo que no esperaba.

Tiraron escombro, mucho. Los primeros días, en su prisa por adelantar el trabajo, no levantaron todo el desperdicio.

Yo, cada vez que se retiraban, me apresuraba a barrer y sacudir, porque el polvo que se asienta luego es más difícil de quitar.

Y además estos trozos del techo, como todas las cosas que han estado cubiertas por años, tenían un desagradable olor a moho, a humedad, a vejez.

En mis apuros por limpiar, pisé un pedazo de madera con clavos, y éstos me atravesaron el zapato.

¡Ya podrás imaginarte mi apuro!

En estos momentos, ni pensar en ir a un hospital. Así que buqué en mi botiquín y saqué todo lo que podía serme útil.

Lavé muy bien mi pie y la cortada.

Le puse todo que se me ocurrió. Aplicaba una cosa y luego la otra, esperando unos minutos para que secara.

Jabón, amoniaco, cloro, alcohol, agua oxigenada

Tres veces al día.

¿Hipocondriaca? Nooo. Yo diría precavida.

Creo que lo hice bien, pues no hubo infección.

En menos de una semana, terminaron el trabajo.

Nuevamente estamos protegidos, ¡Bajo un techo que funciona!

Todo esto me ha puesto a pensar, en lo importante que es tener un techo sobre tu cabeza. Cuando lo tienes, como era nuestro caso, ni siquiera piensas en ello.

Únicamente cuando falta, en verdad aprecias lo mucho que te protege y cuánto representa en esa sensación de seguridad y confort que te da el estar en casa.

He pensado mucho en todas esas personas que no poseen un techo sobre sus cabezas.

No es que haya pensado en ellos antes. De hecho, hacemos donaciones y aportaciones para los menos afortunados, y nos gusta mucho esa sensación de alegría que nos aporta la ayuda a otros seres.

Pero, ponerte en sus zapatos, o en sus pies descalzos, es otra cosa.

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